BIOGRAFIA DE NICOLAS MALEBRANCHE
París, 1638-id., 1715) Filósofo y teólogo francés. Estudió filosofía y teología
en La Sorbona y en 1664 fue ordenado sacerdote. En 1699 fue nombrado miembro
honorario de la Academia de las Ciencias, así como del célebre Oratorium Iesu,
fundado por Bérulle en París. Malebranche pretendió la síntesis del
cartesianismo y el agustinismo, que resolvió en una doctrina personal, el
«ocasionalismo», según la cual Dios constituiría la única causa verdadera,
siendo todas las demás «causas ocasionales». Por ello, el conocimiento no se
debería a la interacción con los objetos, sino que las cosas serían «vistas en
Dios». No habría idea clara y distinta del alma, ni tampoco de Dios. Las obras
más importantes de Malebranche son La búsqueda de la verdad (1674-1675),
obra que fue ampliamente aumentada ante las numerosas críticas de sus coetáneos,
y sus Meditaciones cristianas y metafísicas (1683).
Último de doce hermanos, recibió del ambiente familiar, sobre todo
por la influencia de su madre, Catherine de Lauzon, una profunda formación
religiosa muy de acuerdo con su naturaleza reflexiva y recogida. Terminada su
formación inicial en el colegio de la Marche, estudió teología y filosofía en La
Sorbona (1656-59) e ingresó como novicio en la congregación del Oratorio. La
elección del estado sacerdotal parece haber completado un carácter que, tanto
por su debilidad física como a causa de una intensa religiosidad, no pretendía
el éxito mundano; elemento decisivo de tal resolución fue la muerte de sus
padres, quienes fallecieron en 1660 casi al mismo tiempo.
Después del noviciado, en cuyo transcurso nada hacía presagiar en
el taciturno seminarista al pensador futuro, recibió, en septiembre de 1664, las
órdenes sagradas. A la disciplina propia de los novicios siguió entonces una
mayor libertad en la selección de los temas de estudio, de acuerdo con los
principios del Oratorium, en el que la intensa vida religiosa se conciliaba con
los intereses culturales. Malebranche se dedicó inicialmente a los estudios
históricos sobre las lenguas orientales y la patrística, aunque no mostró una
gran afición por tales materias, como tampoco se percibe pasión en sus primeros
trabajos sobre San Agustín. Lo mismo cabe afirmar en cuanto a la exégesis de los
textos sagrados.
Modificó tal estado de cosas y le reveló su verdadera vocación el
conocimiento puramente casual del Tratado del hombre, de René Descartes. A la lectura del citado libro (tan
apasionada que hubo de suspenderla a causa de la agitación que le procuraba),
siguió inmediatamente el análisis a fondo de toda la obra cartesiana y luego, a
la luz de la nueva filosofía, que requería una vasta formación científica, el
estudio de las matemáticas, la física y la fisiología, así como un vivificado
interés por San Agustín.
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